Algunos diplomáticos asumieron severos riesgos personales al decidir rescatar judíos y otras minorías perseguidas. A partir de sus acciones miles consiguieron escapar del holocausto nazi. Como el caso de Jan Zwartendijk (1896-1976) que llegó a Lituania en 1938 para ocupar el cargo de representante de la empresa Philips Electric. Después de la invasión nazi a Holanda el 10 de mayo de 1940, Zwartendijk fue nombrado cónsul honorario de Holanda en Lituania. En julio de 1940, Nathan Gutwirth, ciudadano holandés, solicitó un visado para viajar a Curazao, lo cual le estaba vedado hacer a Zwartendijk. Éste solicitó entonces ayuda al embajador, quien le envió un documento en el que se estipulaba que no era necesaria la expedición de visado para trasladarse a Curazao. Para la fecha en que el consulado de Holanda fue cerrado, en agosto de 1940, Zwartendijk había expedido entre 1.200 y 1.400 visados de socorro.