Luchar contra los prejuicios y las discriminaciones sexuales, étnicas y sociales en la escuela, no es únicamente preparar para el futuro, es hacer el presente soportable y, si es posible, productivo. Ninguna víctima de prejuicios y discriminaciones puede aprender con serenidad. Si hacer una pregunta o responderla despierta burlas, el alumno se callará. Si el trabajo en equipo lo sitúa en el blanco de segregaciones, preferirá quedarse solo en un rincón. Si las buenas notas suscitan la agresividad o la exclusión basadas en categorías sexuales, confesionales o étnicas, evitará tener éxito. Y así podríamos seguir. En primer lugar para poner a los alumnos en condiciones de aprender hay que luchar contra las discriminaciones y los prejuicios.
Philippe Perrenaud, en Diez nuevas competencias para enseñar
Como toda situación social, los actos de discriminación convocan a una compleja red de roles y actitudes.
Cuando en un grupo suceden actos discriminatorios, el foco del trabajo es el grupo completo, porque cada uno a su modo, con sus posibilidades y sus limitaciones ha asumido o le han otorgado un rol. Y como leemos en la cita de Perrenaud, para que como docentes podamos enseñar, es útil garantizar condiciones de convivencia y respeto mutuo. La detección de estos complejos procesos tempranamente permite un abordaje estratégico educativo mucho más que cuando la situación se despliega violentamente.