En el Liceo judío, Ana tiene fama de ser una niña muy divertida, a la que le gusta ser el centro de la atención. Se lleva muy bien con todos sus profesores. Sólo Keesing, su profesor de matemáticas, se enoja con ella por un tiempo por hablar mucho en clase. Un par de veces la castiga. La tercera vez, le manda escribir una redacción sobre el tema: «Cuacuá, cuacuá, dice la señora Pata». Ana escribe un poema que hace reír mucho a todos, incluso a Keesing. A partir de entonces, la llamará «la señorita Cuacua-cuá».