Nanette Konig y Ana Frank compartieron la clase en el Liceo judío entre octubre de 1941 y julio de 1942, cuando la familia Frank desapareció para esconderse.

Así recuerda esa época:

“Ni Ana ni yo tuvimos adolescencia, pasamos de niñas a adultas; de estar juntas en clase, a ser deportadas en un campo de concentración. Sobrevivimos como el resto, en pésimas condiciones de vida".
Cada una tenía su grupo de amigos. Ana era extravertida, le gustaba ser vista, hablar con los chicos. En el colegio teníamos cuidado de no hablar de nada, ni siquiera de lo que acontecía en casa: nunca sabíamos quién estaba de qué lado.
 “Ana se hacía notar”, explica. “Era una chica muy vivaz, con una gran fuerza. Pero cuando la conocí, en octubre de 1941, me pareció igual a las otras alumnas del liceo… Ahora, eso sí, era alguien a quien le gustaba hablar y ser escuchada. 
 En los casi dos años que asistí al liceo, había estudiantes y profesores que desaparecían de manera constante. Nunca estábamos seguros de si habían sido deportados o si estaban escondidos en algún sitio. De los 30 estudiantes de mi clase en el primer año, sólo llegaron 14 al segundo curso. Siempre se perseguía a los judíos, pero a pesar de que los nazis decían que se los podía reconocer porque constituían una raza -cosa que no es cierta porque la única raza que existe es la raza humana- tenían que obligarlos a usar una estrella para poder distinguirlos.”