Construcción de convivencia en el aula

Ana Frank, como tantos otros nombres que consiguieron trascender a pesar del horror, es un emblema que traspasa las barreras del tiempo para inspirarnos a pensar qué nos pasa cuando estamos ante una situación de exclusión, prejuicio y persecución.

Esta historia que remite a una persona, con sus entornos y sentimientos nos invita a comprender que los fenómenos de la historia no son capítulos en un libro ni estadísticas en un cuadro: son pequeñas situaciones que van horadando la dignidad de cada persona, son tragedias individuales, dolores silenciados y luchas por sobrevivir.

Como docentes tenemos la responsabilidad de escuchar y reparar en cada pequeña situación que denote el sufrimiento de alguno de nuestros alumnos. La detección temprana puede ayudar a evitar situaciones más graves.

La Shoá no sucedió como un fenómeno masivo desde el principio. El horror fue desplegándose sostenida y paulatinamente. Primero fueron las humillaciones y prohibiciones, escenas que se naturalizaron entre la población no perseguida hasta desembocar en las deportaciones y asesinatos en masa.

La historia de Ana Frank nos inspira para sensibilizarnos ante las primeras manifestaciones de discriminación y denigración del otro. Porque cada pequeño acto ante el cual no reaccionamos es la habilitación para una escalada mayor de violencia.

La historia de Ana Frank nos motiva a hacer de la historia una pedagogía de la memoria y como docentes trabajar para propiciar la construcción de una huella inteligente acerca de la memoria la Shoá, y esto significa asumir un compromiso ético ante cada intolerancia, cada rechazo a cualquier condición. Somos responsables de conocer la historia y por tanto de actuar a partir de sus enseñanzas, como seres humanos sin distinción.